De cuando la libertad se convirtió en un arma


Cuando era adolescente siempre quise ser la clase de mujer libre e independiente que eran Samantha Jones o Miranda en Sexo en Nueva York. No me escondo, Carrie y Charlotte eran unas cursis, sus vidas no me resultaban atractivas. El concepto de Girl Boss antes de que existiera entró en mí a través de Samantha y Miranda y parte de su atractivo es que no buscaban el amor o al Mr Right en cada una de sus parejas. Crecí admirando a este tipo de mujer y sin saber cómo me he convertido en una de las otras dos, pero recientemente estoy dándole una vuelta al concepto.



No solo gracias al giro que da Miranda Hobbes en la secuela And just like that… sino porque hace poco escuché en un podcast a una mujer quejándose de que, durante toda nuestra vida y también desde la supuesta liberación de la mujer, se nos había obligado a etiquetarnos de esa manera, confinándonos en un espacio pequeñito del que no podíamos salir si queríamos seguir siendo “nosotras mismas”. O eres Phoebe o Rachel o Monica, hay que escoger, no puedes tener un poquito de las tres, o ser alguien totalmente diferente. Si no encajas en el arquetipo, ¿quién eres realmente? ¿Qué intentas esconder?

No es fácil crecer con semejantes roles enquistados, pero sin duda es mucho más difícil llegar a un punto en el que te das cuenta de que has vivido imitando un estilo de vida que admiras sin saber cuál es tu verdadero lugar. Precisamente en And just like that… Rock alega que no quiere etiquetas de ningún tipo, ni de género, ni religiosas ni siquiera de localización, no quiere ser neoyorquine. Suena simpático y en algunos puntos hasta ridículo el discurso de los guionistas durante toda la serie, mencionando una y otra vez temáticas woke, con cierto rintintín. Simpático porque mis amigos y yo hablamos de esos temas, de la cancelación y el miedo a no ser inclusivo por error, o de que se nos note el privilegio blanco por una falta de autocrítica. Ridículo porque nosotros somos zillennials, los más babies de los millennials y abuelos de la generación Z, por lo que hemos crecido aprendiendo sobre el tema y lo tenemos presente… que señoras de 50 y pico años también lo hagan suena bastante irreal.



Habría que interesarse por los verdaderos motivos de incluir toda la terminología y debate en la serie, pero lo que a mí verdaderamente me interesa es otro tema. El de las etiquetas y el difícil proceso de revelarse contra ellas, camino en el cual muchas veces avanzamos más de lo que estamos preparados a andar solo porque no queremos quedarnos atrás. Como he dicho antes, yo crecí pensando que para dejar de ser la niña mona y niña bien que todos veían en mí tenía que identificarme con Miranda o con Samantha: quería ser rebelde, divertida, buena profesional, buena con el dinero, ambiciosa y, sobre todo, libre. Quería tener todas esas características típicamente masculinas y tradicionalmente admiradas, que pasaban por no estar “obsesionada con el amor”. Una versión descafeinada de la “pick me girl”, quería ser guay e interesante, y eso pasaba por desmitificar el sexo sin ataduras ni compromiso emocional

Admito que tenía escrito el principio de esta publicación desde hacía meses y que no me había atrevido a seguir escribiendo por miedo: ahí está la libertad a la que aspiraba, aún con susto a llenar del todo los pulmones. No me atrevía a decir que con esa facilidad para salir y ligar sin buscar el amor me iba a encontrar con multitud de hombres que se iban a aprovechar de ello. Y de que lo que yo hacía con el objetivo de satisfacerme a mí y a mis fantasías de mujer liberada iba a terminar siendo una suerte para algún listo

Da mucha rabia darse cuenta de que te has ofrecido en cuerpo y alma a personas que no han querido ni sabido apreciar quién eres. Que han tocado tu alma con sus manos sucias y no se han dado cuenta de que contaminaban el agua de tu manantial sin siquiera sentirse culpables



Me preocupa especialmente cómo algunas de nosotras estamos volviéndonos en contra de la libertad sexual al ver que está beneficiando a los hombres, porque los estudios aún lo demuestran así; y cuando hasta los “chicos buenos” usan a las mujeres y lo llaman feminismo te das cuenta de que quizás haya sido todo parte de una muy buena campaña de publicidad. El uso del verbo fluir para huir de la responsabilidad e inteligencia emocional, la ridiculización de aquellas personas que prefieren dejar la sexualidad para una relación seria y/o estable, el empoderamiento propio a cambio del placer ajeno, los supuestos himnos de la mujer en los que se “reapropian” los conceptos que nos traumatizaron desde niñas… todo suena terriblemente sospechoso

Me hace replantearme que pasaría si quisiera ser Carrie o Charlotte. Quizás sí busque el amor por encima de todo, una relación estable y monógama, alguien en quien pueda confiar y que vaya a ser mi número uno (sin tener que explicar que no hay cuidado ajeno sin autocuidados) durante el resto de mi vida. A lo mejor después de todos estos años dándomelas de moderna empiezo a pensar que ser “tradicional” no está tan mal, y que puede que el desapego emocional simplemente no sea lo mío. A lo mejor era esto hacerse mayor.


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