La venganza, el plato que más se me atraganta

 Algo que me rompe el alma cada vez que lo veo es el supuesto vestido “de la venganza” de Diana de Gales y la idea de que el príncipe Carlos se podría haber arrepentido de haberla traicionado al verla tan favorecida. Me desespera pensar que no, que probablemente la vio guapa pero no le dio más vueltas a sus decisiones, y siguió con su vida y con la relación en la que se había emperrado mucho antes de que su esposa entrara en su vida. Y lo que hizo o dejara de hacer la Princesa acabó siendo irrelevante, porque un accidente de coche terminó llevándosela hace 24 años y aquellos de los que se quiso vengar son príncipe heredero y duquesa de Cornualles. 

Llevo pensando en esta clase de situaciones desde hace años, y lo veo reflejado en cada canción y en cada momento pop. Taylor Swift diciéndole a Joe Jonas “ When I find that person that is right for me, he’ll be wonderful. When I look at that person, I’m not even going to remember the boy who broke up with me over the phone in 27 seconds when I was 18”… pues mira, esa frase de supuesta venganza te persigue aún a día de hoy. Y probablemente al mediano de los hermanos de Jersey le dio igual en su momento, si eso bajó aún más el concepto que tenía de ella. Su fama, su carrera, sus ligues… nada cambió. Ahora él está casado y tiene un hijo con una tía tan increíble como Sophie Turner y Taylor les envió un regalo por su recién estrenada paternidad. Sí, ella también está enamorada, ¿pero es acaso relevante?


Por eso en los últimos tiempos he empezado a (intentar) aplicar un método de pensamiento que me enseñó una buena amiga. ¿Me va a importar esto en cinco días, cinco meses, cinco años? Se hace difícil a veces dejar de ser impulsiva, que lo soy, o dejar de sentir algún tipo de satisfacción en la respuesta inmediata, el shock inicial que le produces a la otra persona. O que crees producir. Yo también he creído necesitar una venganza que solo me lastró psicológica y emocionalmente durante años. No solo por lo que me habían hecho, también por cómo había reaccionado yo.

Con los años descubro que no hay venganza que no me resulte infantil, y que incluso el karma parece tener otros intereses. Sobre todo porque pensar tanto en lo que pasan o piensan los demás resulta contraproducente para la evolución propia, que tiene que ocurrir sin la intervención ajena. El arte del “no me importa”, que solo algunos afortunados dominan. Solo aquellos que saben mirar por encima las situaciones que pueden dolerles alcanzan la paz… pero claro, entonces surge una nueva pregunta: ¿puede uno vivir sin doler? ¿No significa entonces que no vives?
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