El multiverso, o la vuelta a casa del que tiene dos hogares
Busco explicaciones en la orografía, porque en Gijón no hay tantas cuestas; y estoy a 500 metros de la playa y a 100 de un campo verde donde mi perro pueda correr. El aire huele limpio y me encuentro a gente por la calle que conozco. Están mis padres, mi hermana y mis sobrinos. Mis amigos viven una vida más sencilla que parece atractiva. Podría tener coche… y un piso más grande por menos dinero.
Pero la niña de 18 años que no podía soportar las miradas, que sentía que no encajaba, que quería más gente y más variada, más posibilidades y que tenía una alergia terrible al clima asturiano (y esto es literal y no figurado)… esa Marina sigue existiendo, aunque ahora tenga 28. Y querrá volver, lo hará, pero siguiendo el plan establecido. Volverá cuando se canse de subir por la escalera, luchar y aguantar, y esté dispuesta a simplemente vivir.
Sobre todo porque, siendo racional, el problema no es Madrid. Llaman la ciudad que nunca duerme a Nueva York, pero yo he estado en Times Square a las 3 de la mañana y nunca he visto Callao así de vacío antes de la pandemia. Nuestra pequeña capital no descansa, te puedes ir al súper cualquier día a casi cualquier hora; hacerte las uñas sin cita; comprarte un trapito en cientos de tiendas; encontrar trabajo de la cosa más random y hablar con quien sea. Nadie te mira de lado por llevar algo que no esté a la moda de Inditex ni tienes que llevar las gafas mojadas por la lluvia durante todo el invierno.
Madrid es, por el momento, mi relación más larga, y estoy dispuesta a seguir tirando por nuestro amor. Me he comprometido con ella al comprarme un piso en sus calles y estoy contenta por vivir allí. Pero, ¿por qué me pesa el volver? ¿Por qué les pasa lo mismo a tantos amigos con los que he comentado este tema? Sinceramente, no lo sé. Pienso que es el fantasma de otra vida que nos pesa.
A veces me gusta pensar en el multiverso (“Marina, se te ha ido la olla”, pensaréis, pero quedaos conmigo que voy a algún sitio) y en cómo mi línea temporal se partió en dos cuando a los dieciocho tomé la decisión de marcharme a Madrid a estudiar periodismo. Realmente hacía años que tenía claro que daría ese paso, pero siempre tuve presente la posibilidad de quedarme y estudiar una carrera como historia o comercio y marketing. Quedarme con mi novio de ese momento, que también iba a estudiar en Gijón, y poner en un segundo plano el sueño de la vida madrileña. Entonces pienso en que al cumplir la mayoría de edad Marina se partió en dos: una se quedó y otra se marchó. Perseguían vidas diferentes, pero las dos eran reales. En el universo en el que yo vivo encontró su camino, es periodista y sigue avanzando etapas en una carrera consigo misma. Pero el espacio-tiempo se dobla cuando, durante un mes de verano, vive la vida que le habría tocado si hubiera decidido otra cosa.