Errores del presente futuro y otras cuestiones del tiempo
Ya sabéis que estuve viendo de nuevo Sexo en Nueva York durante unas semanas el pasado mes, y por tanto, dándole vueltas de manera constante. Siempre que veo las series de manera tan seguida, casi sin intermedios, me vienen a la mente diferentes conclusiones -porque así es como funciona mi mente, de repente llego a lo que parece el final de un camino que ni siquiera sabía que estaba recorriendo-.
Cuando vi One Tree Hill me di cuenta de lo importante que resultaba para mí esa visión de un futuro en el que seguía teniendo a mis amigos de la infancia, aquellos con los que construí algunos de mis recuerdos más queridos de la adolescencia. Algo similar me pasó con Supernatural, que fue cuando me di cuenta de que da igual lo poco que nos parezcamos mis hermanos y yo, lo poco que tengamos en común -ni siquiera crecimos juntos-, llegará un momento en el que solo nos tengamos los unos a los otros.
A veces las resoluciones que alcanzo no son tan cursis. Como el caso de el día que escribí esto -para dejarlo después encerrado y olvidado en un cajón-, cuando estaba viendo la última temporada de Sexo en Nueva York y, al más puro estilo Carrie Bradshaw… “I couldn’t help but wonder”:
Viéndola a ella evitar los errores que ya sé que cometerá, y verla rechazar un futuro que ya sé que le pertenece, me pregunto si nosotros estamos haciendo algo similar durante nuestras vidas, pero no somos conscientes de ello porque no tenemos esa certeza - que yo tengo al ver a Carrie- de que las cosas son diferentes en el futuro. Más de una vez a lo largo de las temporadas la protagonista de estas historias tan locas como cotidianas se pregunta si estamos atados a un destino que no podemos escoger, un destino al que simplemente caeremos cuando llegue el momento. Pero qué pasa cuando, como en el caso de Carrie, estamos evitando constantemente una bola curva que viene hacia nosotros en forma de “el hombre de nuestra vida”. Que, a ver, estamos en el 2017, ahora lo aplicaríamos a cosas más importantes como “el trabajo de nuestra vida” o “el viaje de nuestra vida”.
Mientras le doy vueltas a esta posibilidad de que, por creer que evitamos un mal mayor, estemos evitando un final feliz, me pregunto también qué fue de mi yo del pasado que, durante el año del Erasmus se negó a utilizar la expresión “el mejor año de mi vida” por temor a limitar mi vida post-erasmus y evitarme a mí misma una vida plena. El eterno debate de que si estamos esperando a ese algo explosivo quizás nos perdamos el día a día. Pero me encuentro a mí misma intentando ver lo bonito del día a día y de la rutina y a veces olvidando que existe un algo más grande que esto, o al menos debe existir. Porque sí, no podemos evitar el miedo irracional de pensar que esto es todo, que nunca vamos a sentir más fuerte, que no vamos a volver a emocionarnos o que vamos a pasar el resto de nuestra vida levantándonos por la mañana pensando "uf". No porque el trabajo no nos guste o porque la persona que duerme a nuestro lado no sea quien queremos. Sino porque esperamos esa inquietud y buscamos el cambio.
En su nuevo disco, Miley Cyrus menciona que el cambio es algo en lo que podemos contar. Concretamente es en Younger Now, en donde también habla sobre esa sensación de sentirse finalmente joven después de muchos años queriendo ser más mayor. Entonces queríamos las emociones que pensábamos que tenían los adultos. Ahora queremos volver a esas primeras veces y esos sueños locos.
¿Estamos condenados a una vida de esperar? ¿Es el optimismo precisamente el causante de este mal o es algo intrínseco del ser humano el esperar algo, mejor o peor, pero nuevo?