La belleza me pesa
Últimamente he estado pasándolo peor que de costumbre con conceptos con los que he tenido que lidiar toda mi vida como mujer y, sobre todo, como mujer insegura. De repente me he visto transportada a mi adolescencia, buscando explicaciones en mi físico a por qué me ocurren ciertas cosas negativas. ¿Serán mis gafas? ¿Mi pelo? ¿Mi cuerpo? Todo esto podría traducirse por "¿será que soy miope?" "¿será que soy teñida?" "¿será que he engordado?" o "¿será que soy más alta/grande de lo normal?".
Toda mi vida me he sentido perseguida por estos conceptos aterradores que aparecían en cualquier esquina con la capa de "inseguridades". En las buenas épocas te olvidas un poco, el pasarlo bien y el sentirte apreciada en otros aspectos puede difuminar el concepto de belleza externa. Pero siempre hay malas épocas (no necesariamente en general, sino solo para este tipo de situaciones) en las que vuelven a aflorar las dudas que pensabas que habías enterrado en los años de juventud en los que tu cuerpo y tu personalidad estaban cambiando.
Siempre he sido una persona de constitución delgada, y lo sigo siendo, pero esto nunca ha significado que estuviera a gusto con mi cuerpo. Durante muchos años pensé que sí, pero ahora echando la vista atrás, soy consciente de que no.
El habitual comentario de "tú estás delgada o sea que (no puedes opinar)" solía crear sensaciones contradictorias en mí: sí, estoy delgada, pero "¡chicas!", quería decirles a mis amigas, "yo también me siento inadecuada, imperfecta". Y al mismo tiempo me daba cierta satisfación, porque sentía un peso menos (literal) sobre mi espalda. La sociedad me hizo respirar aliviada por ser naturalmente delgada. Pero ¡eh! Que yo también quería ponerme una camiseta encima del bikini para ocultar mi falta de curvas o mi espalda ancha.
Con 23 años, casi 24, mi cuerpo ha cambiado inmensamente. Los casi 10 kilos más que suma mi báscula se han acumulado en sitios relativamente estratégicos y el tema de las curvas, por ejemplo, ya no me preocupa igual. Ahora me preocupa la curva que hace mi barriga o las extrañas formas que hacen la piel de mis muslos por culpa de la celulitis. Pero sigo siendo naturalmente delgada. No hago dieta. No hago ejercicio. O sea que para mucha gente estoy automáticamente excluida de los discursos sobre la presión social a las mujeres por ser o no bellas, por estar o no en forma.
En cambio, esa presión de los medios de comunicación, de la publicidad, del mundo audiovisual, a mí también me afecta.
Titulares a tutiplén casi rogándome que pierda kilos. Que reduzca barriga. Que aumente culo, Que fortalezca los brazos. Que baje mi cifra diaria de calorías.
Mujeres en mis series favoritas que, aunque interpretan personajes "de a pie", parecen diosas griegas. Y ya ni hablemos de las modelos porque ellas viven de su aspecto, por lo que su presión debe ser mil veces peor.
Hablando con mi madre, que tiene 68 años, me dice que se ve mayor, que se ve fea, que tiene manchas. Y le digo "mamá yo me veo fea, tengo granos, estoy gorda". Y mi madre no acaba de entender a lo que me refiero. Le pregunto si cuando tenía mi edad se veía guapa -mi madre era guapísima y lo sigue siendo, pero de joven parecía de anuncio-. Y me dice que no, pero que ahora viendo las fotos sí que se ve guapísima. Normal.
Hablando con una compañera de trabajo me dice que era más guapa cuando tenía 18 años que ahora, con 10 años más.
Si vamos a estar constantemente preocupadas por nuestro aspecto y nos quedan, a la generación joven actual y venideras, unos 80 años de machaque incansable... ¿de dónde vamos a sacar la fuerza? Si voy a estar el resto de mi vida mirándome al espejo y pensando que no soy lo que quiero ser... ¿cómo voy a centrarme en otros aspectos más importantes de mi vida como mis aspiraciones, mis deseos, mis esperanzas?
Sí, soy consciente de que el físico es solo una herramienta para seguir con nuestra vida, un mero instrumento que contiene nuestra mente, nuestra alma. Pero, oye, ninguno somos culpables de la vida que nos ha tocado vivir y de las tonterías que nos llegan a importar, aunque no queramos.
Rechazar por completo lo establecido no funciona.
Tampoco aceptarlo.
Estamos en un cruce de caminos y aún nos queda abrir el que queremos tomar, porque está claro que este no es el correcto.
Toda mi vida me he sentido perseguida por estos conceptos aterradores que aparecían en cualquier esquina con la capa de "inseguridades". En las buenas épocas te olvidas un poco, el pasarlo bien y el sentirte apreciada en otros aspectos puede difuminar el concepto de belleza externa. Pero siempre hay malas épocas (no necesariamente en general, sino solo para este tipo de situaciones) en las que vuelven a aflorar las dudas que pensabas que habías enterrado en los años de juventud en los que tu cuerpo y tu personalidad estaban cambiando.
Siempre he sido una persona de constitución delgada, y lo sigo siendo, pero esto nunca ha significado que estuviera a gusto con mi cuerpo. Durante muchos años pensé que sí, pero ahora echando la vista atrás, soy consciente de que no.
El habitual comentario de "tú estás delgada o sea que (no puedes opinar)" solía crear sensaciones contradictorias en mí: sí, estoy delgada, pero "¡chicas!", quería decirles a mis amigas, "yo también me siento inadecuada, imperfecta". Y al mismo tiempo me daba cierta satisfación, porque sentía un peso menos (literal) sobre mi espalda. La sociedad me hizo respirar aliviada por ser naturalmente delgada. Pero ¡eh! Que yo también quería ponerme una camiseta encima del bikini para ocultar mi falta de curvas o mi espalda ancha.
Con 23 años, casi 24, mi cuerpo ha cambiado inmensamente. Los casi 10 kilos más que suma mi báscula se han acumulado en sitios relativamente estratégicos y el tema de las curvas, por ejemplo, ya no me preocupa igual. Ahora me preocupa la curva que hace mi barriga o las extrañas formas que hacen la piel de mis muslos por culpa de la celulitis. Pero sigo siendo naturalmente delgada. No hago dieta. No hago ejercicio. O sea que para mucha gente estoy automáticamente excluida de los discursos sobre la presión social a las mujeres por ser o no bellas, por estar o no en forma.
En cambio, esa presión de los medios de comunicación, de la publicidad, del mundo audiovisual, a mí también me afecta.
Titulares a tutiplén casi rogándome que pierda kilos. Que reduzca barriga. Que aumente culo, Que fortalezca los brazos. Que baje mi cifra diaria de calorías.
Mujeres en mis series favoritas que, aunque interpretan personajes "de a pie", parecen diosas griegas. Y ya ni hablemos de las modelos porque ellas viven de su aspecto, por lo que su presión debe ser mil veces peor.
Hablando con mi madre, que tiene 68 años, me dice que se ve mayor, que se ve fea, que tiene manchas. Y le digo "mamá yo me veo fea, tengo granos, estoy gorda". Y mi madre no acaba de entender a lo que me refiero. Le pregunto si cuando tenía mi edad se veía guapa -mi madre era guapísima y lo sigue siendo, pero de joven parecía de anuncio-. Y me dice que no, pero que ahora viendo las fotos sí que se ve guapísima. Normal.
Hablando con una compañera de trabajo me dice que era más guapa cuando tenía 18 años que ahora, con 10 años más.
Si vamos a estar constantemente preocupadas por nuestro aspecto y nos quedan, a la generación joven actual y venideras, unos 80 años de machaque incansable... ¿de dónde vamos a sacar la fuerza? Si voy a estar el resto de mi vida mirándome al espejo y pensando que no soy lo que quiero ser... ¿cómo voy a centrarme en otros aspectos más importantes de mi vida como mis aspiraciones, mis deseos, mis esperanzas?
Sí, soy consciente de que el físico es solo una herramienta para seguir con nuestra vida, un mero instrumento que contiene nuestra mente, nuestra alma. Pero, oye, ninguno somos culpables de la vida que nos ha tocado vivir y de las tonterías que nos llegan a importar, aunque no queramos.
Rechazar por completo lo establecido no funciona.
Tampoco aceptarlo.
Estamos en un cruce de caminos y aún nos queda abrir el que queremos tomar, porque está claro que este no es el correcto.