El drama de los pantalones rotos
Soy una chica de manías, aquí donde me veis tengo unas costumbres que llevo muy a rajatabla. Como por ejemplo la taza con la que desayuno o el vaso donde bebo agua, pero no solo se queda en los utensilios de cocina. Se aplica a muchos aspectos de mi vida.
Desde que vivo en Madrid tengo cierta obsesión con lavarme las manos y echarme crema con bastante frecuencia. Me gusta tener la luz del pasillo encendida mientras esté la de mi habitación encendida. Nunca dejo una serie sin acabar. Nunca uso zapatos mucho más oscuros que el color de medias o pantalones que lleve. Y, por supuesto, tengo mis pantalones favoritos en un altar.
Que una persona encuentre sus pantalones favoritos es un proceso al que hay que someterse si no quiere sufrir cada mañana (ay, ¿y cuando tus pantalones favoritos están en la lavadora), pero que no siempre es fácil.
Esta semana he estado enferma (a morir más bien) durante cuatro breves pero intensos días. Uno de ellos tuve que salir para ir al dentista por lo que en vez de quedarme en pijama en casa, me vestí, volví. Abrigada hasta los topes de repente noté sentada en el ordenador, al lado de la calefacción, una brisilla fría en las piernas. Miré por todas partes a ver de donde salía y me di cuenta de que mis pantalones vaqueros grises tenían un agujero del tamaño de una mandarina en un muslo.
Juro que esto no me había pasado jamás.
Sé que ocurre, sé que por el roce de las piernas los pantalones se suelen romper por ahí porque tengo muchos amigos que me han hablado de ello.
Pero para mí fue un trauma: ¿cuánto tiempo llevaba con los pantalones rotos? ¿Llevaba todo el invierno enseñándole la parte interna de mi muslo a todo el mundo en las escaleras del metro?
Al menos no eran mis pantalones favoritos: mis pantalones negros, pitillo, de cintura super alta, mínimamente elásticos, que llevo maltratando desde hace ya unos tres años...
El viernes cuando me encontré mejor decidí enfundarme en los famosos pantalones negros, estando los grises ya en la basura. Y por simple trauma decidí comprobar que sus muslos seguían enteros.
EL DRAMA.
También estaban rotos, ¡pero es que no sé desde cuándo! ¿Por qué nadie me ha dicho que llevaba un agujero enorme en la pierna? ¿Por qué no he notado el frío con las temperaturas que ha habido este invierno?
Una vez estuvieron los pantalones en la basura empecé a ser consciente de que si ya era difícil encontrar un vaquero que me gustara y me quedara bien, ahora tenía que pasar por el proceso de encontrar DOS y uno tenía que sustituir a mi vaquero favorito. El listón estaba muy alto, muy muy alto.
Imaginad la ironía del asunto cuando parezco incapaz de encontrar unos pantalones que no vengan rotos de la tienda ya, ¡cómo pretenden que lleve eso a trabajar! Vale, en mi redacción no hay un código de vestimenta muy estricto -es obvio, puedo ir con vaqueros- pero llevarlos rotos me parece ir un paso más allá de las líneas rojas...
Así que ya sabéis, cuidad a vuestros pantalones favoritos y... ¡Revisad que no estén ya rotos!
Desde que vivo en Madrid tengo cierta obsesión con lavarme las manos y echarme crema con bastante frecuencia. Me gusta tener la luz del pasillo encendida mientras esté la de mi habitación encendida. Nunca dejo una serie sin acabar. Nunca uso zapatos mucho más oscuros que el color de medias o pantalones que lleve. Y, por supuesto, tengo mis pantalones favoritos en un altar.
Que una persona encuentre sus pantalones favoritos es un proceso al que hay que someterse si no quiere sufrir cada mañana (ay, ¿y cuando tus pantalones favoritos están en la lavadora), pero que no siempre es fácil.
Esta semana he estado enferma (a morir más bien) durante cuatro breves pero intensos días. Uno de ellos tuve que salir para ir al dentista por lo que en vez de quedarme en pijama en casa, me vestí, volví. Abrigada hasta los topes de repente noté sentada en el ordenador, al lado de la calefacción, una brisilla fría en las piernas. Miré por todas partes a ver de donde salía y me di cuenta de que mis pantalones vaqueros grises tenían un agujero del tamaño de una mandarina en un muslo.
Juro que esto no me había pasado jamás.
Sé que ocurre, sé que por el roce de las piernas los pantalones se suelen romper por ahí porque tengo muchos amigos que me han hablado de ello.
Pero para mí fue un trauma: ¿cuánto tiempo llevaba con los pantalones rotos? ¿Llevaba todo el invierno enseñándole la parte interna de mi muslo a todo el mundo en las escaleras del metro?
Al menos no eran mis pantalones favoritos: mis pantalones negros, pitillo, de cintura super alta, mínimamente elásticos, que llevo maltratando desde hace ya unos tres años...
El viernes cuando me encontré mejor decidí enfundarme en los famosos pantalones negros, estando los grises ya en la basura. Y por simple trauma decidí comprobar que sus muslos seguían enteros.
EL DRAMA.
También estaban rotos, ¡pero es que no sé desde cuándo! ¿Por qué nadie me ha dicho que llevaba un agujero enorme en la pierna? ¿Por qué no he notado el frío con las temperaturas que ha habido este invierno?
Una vez estuvieron los pantalones en la basura empecé a ser consciente de que si ya era difícil encontrar un vaquero que me gustara y me quedara bien, ahora tenía que pasar por el proceso de encontrar DOS y uno tenía que sustituir a mi vaquero favorito. El listón estaba muy alto, muy muy alto.
Imaginad la ironía del asunto cuando parezco incapaz de encontrar unos pantalones que no vengan rotos de la tienda ya, ¡cómo pretenden que lleve eso a trabajar! Vale, en mi redacción no hay un código de vestimenta muy estricto -es obvio, puedo ir con vaqueros- pero llevarlos rotos me parece ir un paso más allá de las líneas rojas...
Así que ya sabéis, cuidad a vuestros pantalones favoritos y... ¡Revisad que no estén ya rotos!